La serie Orden y progreso de Nicolás Laiz Placeres supone una continuación y un salto en el modo de proceder del artista conejero. Quizá también una suerte de penitencia, un enrocamiento, un bucle sin solución que deja tras de sí productos de una acción calculada y, de algún modo, auto-represiva. Una vuelta a la pintura por medio del rigor disciplinario.
Laiz Placeres lleva años consagrado a la tarea de ordenar, antes a modo de museo canario antropólogico y arqueológico, volumétrico y escultórico, y ahora embarcado en una suerte de vuelta a la pintura. Obras que en un primer momento parecen remitir a las disposiciones escultóricas del Tony Cragg de los 80. Aquellas piezas de Cragg se emplazaban en el suelo o en la pared, sin marco ni más límite que el espacio arquitectónico del museo, constituyendo un claro ejemplo de ‘escultura en el campo expandido’. Sin embargo, estas nuevas piezas de Laiz Placeres son más bien ‘pintura expandida’, obras en las que conscientemente se quiere retornar a los límites del cuadro, del pequeño cuadro.
Es esta una pintura del petróleo. Quizá, en realidad, toda pintura lo sea, pues lo que se ha venido utilizando hasta el momento para aplicar color a los lienzos han sido derivados del petróleo; pero aquí, además de utilizar un derivado como el acrílico, que sirve de lecho adhesivo al soporte, la materia cromática está constituida por pequeños volúmenes residuales de una actividad ecocida, restos del consumo, triturados plásticos o incluso piche, esto es, residuos de accidentes fatales, pruebas forenses de ecocidios involuntarios.
Sin duda, cualquier creador o creadora se impone una disciplina que ha de obedecer para poder llegar a realizar su trabajo, una técnica personal que en ocasiones se asemeja a la privación de libertad, toda disciplina conlleva eso. Pero en este caso el sometimiento a una estricta norma autoimpuesta parece ser, no solo el medio, sino el fin mismo. En palabras del propio artista: «Estas pinturas empiezan con una acción de recogida selectiva de fragmentos de microplástico en la playa y terminan con un acto de organización en el plano del cuadro. La repetición de un gesto tras otro en bucle es el fin de todo esto.»