La Navidad, tal y como hoy la conocemos, y la ingente literatura que ha generado son fenómenos culturales bastante recientes. Para empezar, se trata de una fiesta cristiana claramente relacionada, en los países del hemisferio norte, con el solsticio de invierno y la pervivencia de antiguos ritos religiosos. A partir del año 200 de nuestra era, la Iglesia comienza a situar la celebración del nacimiento de Jesús de Nazaret en los últimos días de diciembre, aunque es el papa Liberio, en el 354, quien finalmente decreta el 25 como fecha oficial. La celebración coincide, sin embargo, con otras festividades paganas similares del mismo solsticio de las que ha tomado no pocas características. Los romanos, por ejemplo, glorificaban ese mismo día el Natalis Solis Invicti o Nacimiento del Sol invicto, asociada al nacimiento del dios Apolo. Los germanos y también los escandinavos celebraban ese día el nacimiento de Frey, dios nórdico del sol naciente, la lluvia y la fertilidad. (En esas fiestas adornaban un árbol de hoja perenne, que representaba el Universo, costumbre que se transformó en el árbol de Navidad cuando llegó el Cristianismo al Norte de Europa. El Portal de Belén, sin embargo, es bastante más moderno y se cree que lo concibió Francisco de Asís).
Entre las expresiones literarias que celebran la Navidad, tal vez una de las más antiguas sea el Auto de los Reyes magos, escrita en Toledo probablemente en el siglo XII. Pero es a partir del Renacimiento cuando los poetas cultos comienzan a sentir especial interés por los valores simbólicos de esta festividad cristiana. Lope de Vega escribió un considerable número de poemas navideños, como «Las pajas del pesebre». Juan de la Cruz compuso un «Romance del nacimiento». Pero también Sor Juana Inés de la Cruz, Juan Ramón Jiménez o Federico García Lorca (con su memorable «Navidad en el Hudson») se sintieron atraídos por la ocasión lírica que ofrecía la Navidad. Lo mismo les ocurrió al inglés Robert Frost, al galés Dylan Thomas, al brasileño João Guimarães Rosa o, entre tantos, al ruso-estadounidense Joseph Brodsky. (Guimarães Rosa escribió una deliciosa colección de poemas dedicados a las figuras más humildes de Portal: el burro y al buey, cuya única traducción al español se debe a dos poetas canarios: Francisco León y Alejandro Krawietz. Famosísimos son «El Cascanueces» de Hoffmann, los poemas navideños de Rilke (como «Adviento») o el de Dietrich Bonhoeffer, escrito antes de morir en un campo de concentración nazi. La lista es interminable.
En España, hasta la llegada de la Generación del 50 (a parte, naturalmente, de los villancicos), la poesía de tema navideño seguía gozando de buen arraigo en el ámbito de la literatura. Famosas son las antologías de poemas de natalicio en que participaban los conocidos poetas de la Generación del 27 y, un poco más tarde, los de la llamada Primera Generación de Posguerra. Con la Generación del 50 y la lenta apertura de la dictadura franquista, en cambio, la Navidad, sus temas y símbolos han ido desapareciendo de los intereses de los poetas contemporáneos.
En relación a esto último, «Mirra (Poemas de Navidad)», publicado por Ediciones del Pampalino, es un libro anómalo. En esta publicación, la Navidad, el árbol, el Portal de Belén, sus figuras secundarias, como el «caganer», o sus aspectos más abstractos e intelectuales aparecen retratados aquí con gran profundidad y casi siempre desde una perspectiva no-confesional, o aconfesional, si se prefiere, e incluso desde una perspectiva claramente crítica.
Se trata de uno de los pocos libros colectivos pertenecientes a la tradición secular de las composiciones navideñas publicados en España durante las últimas décadas y en sus páginas encontraremos poemas de Alejandro Krawietz, Juan Fuentes, Isidro Hernández, Manuel Martins, Régulo Hernández, Francisco León, Sergio Barreto, Viejo José Mosegue o Juan Noyes Kuehn Cole. La tirada consta de 300 ejemplares, numerados y cosidos a mano.